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Jugar, aprender jugando, jugar aprendiendo. Crecer, crecer jugando. Jugar a ser grande, a ser mamá, a ser papá y a encarnar cualquier personaje que nos rodea como niños en ese momento, como preparándonos para, alguna vez, ser como ellos. Y transitar la vida de  adultos. ¿Se acabó el juego?

 

El primer juguete que clásicamente se le acerca al niño es el sonajero.  Consiste en un recipiente en el que se introducen cascabeles o sonajas y un mango por donde lo toma el menor. Los sonajeros fueron utilizados durante miles de años. Los primeros que se conocen datan de la época egipcia, antes del comienzo del Imperio Nuevo. Con él, el chico empieza su juego con un objeto material y externo a su cuerpo y al de la madre. Desde allí en más, en el desarrollo del individuo el jugar se torna imprescindible para el contacto con el mundo y para hacerse partícipe de éste.

Aún en la vida  adulta lo lúdico adquiere un papel preponderante en lo que se refiere a la interacción con el semejante, la construcción de nuevos vínculos y la recreación.

Cuando hablamos de juego patológico, la pregunta clave es cómo un  individuo pasa de utilizar el juego a que el juego “lo utilice a él”.

¿Qué es juego patológico?

El Manual Diagnóstico y Estadística de la Asociación Psiquiátrica americana define el juego patológico como un trastorno del control de los impulsos  caracterizado por patrones persistentes y recurrentes de conductas de juego desadaptado que altera la vida personal, familiar o profesional.

El ludópata tiene el juego como actividad principal en su vida de manera tal que aún teniendo conciencia de que le es perjudicial no puede evitar continuar con esa conducta.

El jugador entra en un círculo vicioso donde la conducta que le causa problemas es la única vía, o al menos la más válida a corto plazo, para conseguir el dinero con el que atajar tales dificultades y/o evadirse de los problemas; pero en la medida en que emita esta conducta con una mayor frecuencia, intensidad y duración mayores serán, dadas las probabilidades objetivas de ganar, los problemas que le acarree la misma y mayor la necesidad de conseguir dinero con el que recuperar las pérdidas, y como la probabilidad de un suceso futuro aumenta cuanto mayor es el período anterior del suceso contrario…, el jugador volverá a probar fortuna.

Woody Allen, en su film Match Point, otorga al azar una cuota importante en el vivir de las personas. El azar  se relaciona directamente con aquello sobre lo cual no se puede ejercer control alguno,  es lo imprevisible que despierta y da amplio lugar a la fantasía. Al mismo tiempo abre lugar a la ilusión que irreparablemente genera una expectativa.

El ser humano además de conciencia, intelecto y digamos ciencia, se compone también de creencias y esas creencias  hacen aparecer en escena el pensar que la magia existe, que es real y que con el pensar se pueden provocar sucesos. En la escena de Allen en que la pelotita se detiene en un punto intermedio, el espectador tiene la posibilidad de fantasear para uno u el otro lado: o sea las posibilidades o las puertas que se abren si sucediera A o si sucediera  B. Y ese es un ejercicio que la mente del ser humano hace cotidianamente, constantemente. Es inherente a la vida plantearse el “conflicto” (que puede revestir mayor o menor complejidad) de si A o B.

El problema llega cuando, ejerciendo pleno derecho de la ilusión, la fantasía  y la magia, el individuo pierde el camino de vuelta. Se queda allí y sigue “volando” fuera de control, lo que en definitiva le hace perder en cierta forma el contacto pleno con la realidad que lo circunda.

Y allí, el ludópata se convierte en tal: el juego lo maneja a él, cuando la idea aparente era que una diversión controlada, una ilusión permitida.

La sociedad aún no encendió el alarma

Muchas de las personas que tienen este problema de adicción al juego no consultan por mucho tiempo mientras padecen el trastorno, ya que tanto por ellos como por el entorno familiar no está considerado un problema de salud. Es lo que pasaba hace algunas décadas con las adicciones a sustancias en términos de que cuando una persona consumía drogas o consumía alcohol se le preguntaba por qué lo hacía. Era considerado que tenía cierta intención dañina o cierta intención perversa al realizar el acto.

Sin embargo, cada vez más, como pasó también con las adicciones a sustancias, está habiendo conciencia en la sociedad de que esto es un problema de salud. Es un problema considerado un trastorno psiquiátrico y esto hace que paulatinamente tanto la gente o el interesado, o el enfermo (la persona que padece el problema) como su entorno, vayan tomando magnitud real del problema y las consultas sean cada vez más frecuentes.

Dr. Javier Didia Attas
Psicoanalista de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina)
Presidente Honorario del Capítulo de Drogodependencia y Alcoholismo de APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos) 
Presidente del Congreso Iberoamericano de Patología Dual y  Trastornos Adictivos  que se realizará entre el 15 y el 17 de septiembre en la  Academia de Medicina  de la Ciudad de Buenos Aires

 

infobae.com

Tag(s) : #SALUD